Por Martin Faber (dpa)
El corazón no conoce de pausas. Día a día, bombea alrededor de 7.000 litros de sangre a través del cuerpo. Cuando hay alteraciones del ritmo cardíaco, el latido modifica su frecuencia y aparecen mareos, falta de aire y sensaciones de presión en el pecho o desmayos.
La frecuencia normal del corazón es de entre 60 y 100 latidos por minuto. Las alteraciones de este patrón son consideradas una alteración de la frecuencia cardíaca. Sin embargo, no toda alteración es peligrosa. Los síntomas típicos de modificaciones problemáticas son los saltos del pulso a una frecuencia cardíaca muy alta o muy baja.
En general, éstos son consecuencia de enfermedades del corazón como una inflamación del músculo cardíaco o un estrechamiento de las arterias coronarias. Otros factores de riesgo son afecciones psíquicas y físicas como el sobrepeso, la falta de magnesio o calcio, el poco sueño o un consumo exagerado de café, alcohol y nicotina.
Una de las alteraciones más frecuentes del ritmo cardíaco es la fibrilación auricular, que consiste en agitaciones descoordinadas de la musculatura de las aurículas, lo que hace que las aurículas no bombeen efectivamente la sangre a las cámaras del corazón. La sangre puede estancarse en algunos lugares de la aurícula y eso puede formar coágulos. La consecuencia es que existe un mayor riesgo de apoplejía. Es por eso que se suele tratar a los afectados con medicamentos anticoagulantes y los llamados antiarrítmicos, los betabloqueadores.
En el caso de molestias generalizadas, se recomienda de forma adicional y frecuentemente la llamada cardioversión eléctrica. Consiste en dos electrodos que, colocados sobre el tórax después de una leve anestesia, proporcionan una descarga eléctrica dirigida hacia el corazón, lo que remite la fibrilación auricular y permite recomponer el ritmo cardíaco normal.
Si eso no da resultado, se puede probar con una ablación con catéter. El procedimiento consiste en pasar finas sondas a través de la ingle hasta el corazón para destruir determinados tejidos responsables de la fibrilación auricular mediante radiofrecuencia o frío.
Otra alteración peligrosa del ritmo cardíaco es la fibrilación ventricular. Con más de 300 latidos por minuto, el corazón late tan rápido que apenas puede bombear sangre y oxígeno a través del cuerpo. En los hechos, el corazón y la circulación se encuentran detenidos en ese momento.
Los afectados suelen desmayarse y no presentan pulso. Por eso es importante reaccionar de inmediato y realizar un masaje cardíaco. De esta forma, se buscan aumentar las chances de que la sangre siga fluyendo. La fibrilación ventricular sólo se puede tratar con un desfibrilador. Mediante una descarga eléctrica, éste detiene brevemente el corazón para que, a continuación, encuentre nuevamente su ritmo normal.
Si un paciente sobrevive a la fibrilación ventricular, se le suele implantar por lo general un pequeño desfibrilador. Si el corazón vuelve a presentar un ritmo ventricular rápido, el aparato emite pocos segundos después descargas eléctricas. Si el paciente está despierto en ese momento siente dolor, pero eso mismo es lo que le permitirá salvar la vida.